LA MENTE DE UN NIÑO NO ES UN VASO PARA LLENAR SINO UNA LÁMPARA PARA ENCENDER
Y sin embargo, sin darnos cuenta, inconscientemente, la llenamos de emociones y aprendizajes no siempre positivos para su desarrollo armónico y feliz. Y como lo hacemos de una forma inconsciente será muy difícil que podamos cambiar esto a no ser que desarrollemos la capacidad de estar más conscientes, más presentes en nuestra vida, instante tras instante.
Por muchos libros que yo lea, o muchos talleres a los que yo asista sobre educación, de poco va a servirme si no soy capaz de aplicar este aprendizaje en el preciso instante en que lo necesito. Y esto es lo que nos ocurre a menudo en nuestra vida, en general, y en la crianza y educación de nuestros hijos, en particular. Cuando surge la ira, el enfado, en medio de una tormenta emocional, reaccionamos sin pensar en las consecuencias de lo que hacemos o decimos. En los momentos de crisis nos sentimos “secuestrados” por nuestras propias emociones y por patrones de comportamiento heredados que… luego comprendemos que quizás no eran la mejor opción. Cuando podemos parar y pensar todos somos capaces de imaginar una mejor manera de gestionar estos episodios de crisis. Lo que nos resulta complicado es ser capaces de responder de una forma racional, tranquila y eficaz en el preciso instante en que la crisis está sucediendo.
La capacidad de estar muy presentes y muy conscientes es de gran utilidad para relacionarnos con las personas y aún lo será más cuando nos relacionamos con nuestros niños.
Esto es así porque el cerebro de los bebés humanos al nacer no está acabado de configurar. Su cerebro ya contiene todas las neuronas pero las conexiones entre estas no están hechas todavía. La parte más exterior de su cerebro, la parte más evolucionada, la que se encarga de los procesos racionales, analíticos, del lenguaje y la memoria a largo plazo no está operativa todavía. Es como un ordenador, que contiene todas sus partes pero al que no se ha instalado todavía ningún software.
Las conexiones entre las neuronas de esta corteza cerebral dependerán de las experiencias vividas y los estímulos recibidos y se realizan mayormente en estas edades tempranas, de 0 a 6 años y principalmente de 0 a 3 años. Es a esa edad cuando el niño realiza el aprendizaje más importante de su vida, del que además no será consciente, ya que no lo recordará y que le condicionará como adulto para el resto de su vida. Todas las experiencias vividas a esa tierna edad, son aprendizajes que se graban directamente en el subconsciente como cadenas neuronales (neuroplasticidad). Estos circuitos cerebrales luego tenderán a activarse en la misma secuencia cuando, ya de adultos, vivimos una experiencia similar.
Por ejemplo, un niño al que se ha dejado llorar sin atenderlo, será un adulto con dificultades para pedir ayuda. En su subconsciente estará grabada la secuencia, necesito ayuda (tengo hambre, dolor, lo que sea…) y aunque pida ayuda (llore) no van a venir a ayudarme (indefensión aprendida). De ahí la grandísima importancia de dichas vivencias y experiencias y el trato que reciben los bebés desde el primer momento.
Dependiendo de como se programe el cerebro del bebé, será su manera de vivir y de reaccionar a las circunstancias ya de adulto.
Y esto será así hasta que el adulto pueda tomar conciencia de sus reacciones automáticas a las circunstancias y de como estas reacciones están, en gran parte, condicionadas por las circunstancias que vivió cuando era un bebé y no tenía capacidad de decidir cuales de estos aprendizajes eran válidos para él y cuales no.
Y este punto es terriblemente importante, no olvidemos que todos hemos sido bebés y todos hemos vivido este tipo de aprendizaje inconsciente. Todos tenemos nuestros propios patrones de comportamiento aprendidos y que reproducimos de una forma automática. En el caso de la educación de los niños, la forma en que fuimos educados, ya de bien pequeños, queda grabada en nuestro subconsciente. Sin quererlo, y muchas veces sin ser conscientes de ello, la reproducimos a la hora de educar a nuestros niños. Cuantas madres recientes se sorprenden horrorizadas: “Dios mío, cuanto me parezco a mi madre!”. Tomar conciencia de ello, es el primer paso para poder cambiar estos patrones. Y no culpabilizarse, ni culpabilizar por ello, simplemente la biología nos hizo así.
Por esto el Mindfulness se muestra como una maravillosa herramienta para la crianza y la educación consciente.
La práctica del Mindfulness nos ayuda a entrenar la capacidad de nuestra mente de estar muy presentes, muy atentos a lo que estamos viviendo en este preciso instante, sin juicios y con una mirada benevolente y amorosa.
Tomar conciencia de nuestras propias reacciones automáticas en el preciso instante en que están sucediendo es el único camino para poder cambiarlas por otras más constructivas. Para podernos enfrentar a los momentos de crisis con más serenidad y ser capaces de visualizar soluciones creativas y eficaces, en mismo instante en que las necesitamos.
Por último, la práctica del Mindfulness también nos ayuda a estar más presentes el tiempo que compartimos con nuestros niños, mejorando la calidad de estos momentos y así contribuye a crear una relación más armónica y feliz.