“Escuchar detenidamente te hace especial, pues casi nadie lo hace”.
Ernest Hemingway
La mayoría de nosotros no escuchamos muy profundamente. Cuando compartimos una conversación con alguien, pasamos la mayor parte del tiempo pensando en lo que contestaremos, evaluando la persona con la que estamos hablando, tratando de dar una imagen determinada de nosotros mismos e intentando controlar la situación. La escucha pura y profunda requiere soltar todo deseo de tener el control para poder centrarnos completamente en escuchar, con plena presencia, sin juicios y con amabilidad y benevolencia.
La escucha profunda y la palabra consciente es una práctica de mindfulness que ayuda a mejorar las relaciones personales.
Esta práctica de mindfulness no solo mejora nuestras relaciones personales, sino que también nos ayuda a sentirnos mejor con nosotros mismos y a ser más felices.
Numerosos estudios científicos corroboran que uno de los factores que más influyen en los nuestro grado de bienestar y felicidad es la cantidad y la calidad de nuestras relaciones.
«Si quiero predecir tu felicidad atendiendome a una sola cosa de ti, no me centraría en tu género, ni tu religión, tu salud o tu nivel de ingresos. La única cosa que querría conocer de ti es tu red social, es decir, tus amigos, tu familia y la fortaleza de los vínculos que mantienes con ellos.», según las conclusiones de un estudio sobre la felicidad llevado a cabo en la universidad de Harvard en 2010.

Saber escuchar «de verdad» no es fácil pero con un poquito de entrenamiento podrás mejorar muchísimo y esto te reportará numerosos beneficios. Cuando uno se siente escuchado también se siente conectado y esta conexión reporta bienestar, felicidad y salud.
¿Cómo se practica?
- La práctica del mindfulness consiste en hacer una sola cosa a la vez: cuando escuchas, escuchas. Nada más.
Cuando quieras escuchar a alguien profundamente, para lo que estés haciendo y mírale a los ojos un momento. Con tu actitud le dices a esta persona: «estoy aquí para ti, sólo para ti, para escucharte».

- Mientras la otra persona está hablando, puedes fijar tu atención con la respiración, para evitar que tu atención se disperse.
Durante la conversació intenta no evadirte, no dejes que tu mente viaje al pasado o al futuro. Centrate en escuchar a la persona, no sólo las palabras, también los gestos, la actitud corporal. Intenta percibir a la otra persona más allá de las palabras, en su totalidad.
Aunque lo que se esté diciendo no sea agradable, o sea aburrido, o directamente te moleste… no huyas de la situación, ni siquiera mentalmente. Quédate ahí y observa con una intención de querer comprender profundamente al otro.
- No juzgues a la otra persona ni lo que está explicando.
Cuando empiezas a emitir juicios te has desconcentrado. Ya no estás en en el presente, escuchando a la persona profundamente. Vuelves a estar en tu «riqui – riqui» mental. Si no puedes evitar los pensamientos del tipo: «esto está bien», «esto no está bien», «aquí te estás equivocando», «yo lo haría mejor», etc, simplemente date cuenta y toma nota de la cantidad de juicios que estás emitiendo.
Además, date cuenta de que la mayoría de juicios, en realidad, son prejuicios. Están basados en experiencias pasadas, en otro mometo y lugar, incluso con otras personas. Cuando juzgas, no estás intentando comprender profundamente la persona o la situación, sino que estás valorandola, midiéndola, en base a una experiencia pasada.
Por eso en la práctica del mindfulness, intentamos escuchar a la persona con ecuanimidad, no estamos de acuerdo ni en desacuerdo, no reaccionamos a lo que nos cuenta, sólo escuchamos con atención y con amor.
La única manera de comprender profundamente a una persona es ecuchándola, con una mente abierta, sin prejuicios.
- No interrumpas.
Cuando estas escuchando, escucha. En lugar de construir tus propios pensamientos o preparar tu propio discurso, entrégate a la escucha comprensiva de la persona que habla. Deja que esa persona se exprese totalmente, no la interrumpas.
- No des consejos
No le des consejos. Si te preguntan, habla desde tu experiencia. No le digas a la otra persona lo que tiene que hacer. Explícale lo que tu harías o lo que tu has hecho en otro momento y quizás te ha servido. Háblale desde el corazón, no desde el intelecto, evitando palabras que puedan causar discordia o división.